Yo, el hereje

Dios y yo nunca nos hemos llevado muy bien y prueba de ello es que no creemos el uno en el otro.

Cuando yo era adolescente, mi madre me decía que era un hereje porque no creía en Dios y abominaba de la Iglesia Católica. Ella decía que eso me pasaba por las malas influencias y yo le respondía que seguramente tuve el efecto contrario a los gatos.

Me explico: éstos, al nacer, presienten que son gatos y cuando abren los ojos confirman a través del conocimiento que lo son. A mí me ocurrió lo contrario, yo nací católico, o al menos eso creía hasta que me abrió los ojos el conocimiento de la realidad y las propias vivencias.

Algo ayudó también la forma que tenía de enseñar religión el cura de mi pueblo de entonces. Recuerdo que un día en catequesis –en aquellos años era obligatoria la asistencia-, el cura preguntó a una niña que como se llamaba el demonio, la niña, atribulada y nerviosa, respondió que Nescafé en lugar de Lucifer. Se llevó nuestras risas y dos hostias del cura, de aquellas que guardaba con “h” en el sagrario para los ignorantes de religión. Quizá por eso nunca fui monaguillo.

Después tuve algunas diferencias con él, tanto ideológicas como teológicas que hicieron insalvable cualquier acercamiento.

No podía creer, como ellos pretendían, que esto fuera un valle de lágrimas y que Dios hubiera condenado a los hombres a vivir en él. Me horrorizaba también la concepción de la mujer que nos brindaba la iglesia católica, aun más cuando en mis estudios comprobaba la misoginia que llevaba a identificar la regla de la mujer con el tiempo en el que el demonio se apoderaba de ella. Ellos utilizaban la expresión “in monstruoso tempore” que viene recogido en las glosas silenses y de donde procede la palabra “menstruación”:

“Si mulier in monstruoso tempore comunicat, XXX diebus peniteat”

A medida que iba abriendo los ojos empecé a creer que o Dios había muerto como aseguró Friedrich Nietzsche o se hacía muy bien el muerto o que el domingo en el que descansó después de crearlo todo le entró un sopor que lo sumió en un sueño eterno alentado por dos mil años de misas, rezos y letanías repetidas. Quizá de ahí viene mi agnosticismo.

Ello no impide que no me preocupe por lo que ocurre en el seno de una organización tan grande y cuyas directrices afectan de manera directa o indirecta a tantos millones de personas en el mundo.

Hace un par de días le comentaba a una amiga que estaba escribiendo unas reflexiones sobre el Cónclave que se inicia hoy en el Vaticano para elegir al sucesor de Benedicto XVI en la Jefatura de la Iglesia Católica. Ésta, conociendo mis pocas convicciones religiosas, me preguntó si me interesaba este tema, le dije que si y que ya leería esta entrada y vería a que me refería.

Hoy se han congregado en el Vaticano 115 Cardenales que elegirán un nuevo Papa. Se ha visto un desfile de personas hacia la Capilla Sixtina de las que, en cualquier país mínimamente decente, muchas de ellas estarían imputadas si no condenadas por graves delitos de pederastia o encubrimiento de la misma y de otras acciones que van contra lo que dicen predicar y contra las leyes vigentes. Todos ellos son papables y, por tanto, cualquiera sobre los que recae sospecha de haber cometido o encubierto actos delictivos puede ser elegido Papa.

Esto me hace dudar que sea realmente el Espíritu Santo el que elija a esta figura, máxime cuando el Espíritu Santo está condicionado porque de los 115 cardenales 112 fueron nombrados por Ratzinger (y ya sabemos a quienes eligió) y fundamentalmente porque no creo en ninguna inspiración divina.

Salvada esta disquisición, me pongo en la piel de los papables y no me llega la camisa al cuerpo solo de pensar en la enorme responsabilidad que entraña pensar que una persona va a llevar sobre si decisiones como la ocultación de los casos de pederastia existentes en el seno de la Iglesia, los millones de muertos que el SIDA causará por las indicaciones que dará la Iglesia para que no se use el preservativo, ser el jefe de quien posee el mayor número de riquezas del mundo mientras millones de personas mueren de hambre, etc.. En definitiva, ser el responsable de decisiones que pueden convertir la vida de millones de personas en un valle de lágrimas directa o indirectamente.

Por eso creo que Dios, si existe, debería rechazar los curricula que le envíen desde el Vaticano y hacer uso de la figura del Espíritu Santo si la tuviera pero, a tenor de lo ocurrido en los últimos dos mil años, en un ataque de nervios se debió comer a la paloma que lo representa el día que Jesús decidió hacer recaer el peso de su Iglesia sobre Simón (Pedro), aquel mentiroso que le negó tres veces y al que parecen haber seguido los 264 que le han sucedido.

A falta de Espíritu Santo que se busque un buen Jefe de Personal que corra a gorrazos a estos nuevos fariseos y le busque un digno representante que, de paso, revise su santoral.

De cualquier modo, sea usted o no católico, no le haga caso a ningún Papa y fíese más de su conciencia, ella le dirá lo que está bien y lo que está mal.

1 comentario:

  1. Me encanta tu reflexión, Dami, y tiene más validez mi "voto" si tienes en cuenta que yo soy creyente.......en Dios, no en los que dicen representarle, que son dos cosas totalmente opuestas. Un vez le escuché decir a un cura bastante poco ortodoxo que él tampoco creía en los curas, porque eran hombres, y como tales, susceptibles de pecar. Me ha gustado mucho tu relato, incluso has sacado una sonrisa, eres genial, mi niño. Seguro que tienes un sitio guardado en el cielo en que yo creo. Un beso.

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